9 de enero de 2019

Nuestros autores: Janelle F. Kante Rodríguez


A NEBENT EN ASCENSOR


Era el año 2018 y en una ciudad pequeña vivía Celeste, una niña de diez años muy perezosa y despistada además. Vivía en una pequeña casa con su madre Claudia, que estaba harta de reñirle intentando corregir sus despistes sin obtener resultado alguno. Celeste asistía al colegio, cosa que tampoco le encantaba. Iba a la clase de 5ºA con la señorita Marta, una mujer joven, rubia, con gafas y de ojos muy, muy pequeñitos como dos gotitas de un batido de chocolate. En su clase había unos treinta niños. No tenía muchos amigos. Uno de los niños era Bruno que no era exactamente bueno con Celeste. Mientras ella soñara despierta, bostezase o se le olvidasen cosas, Bruno siempre estaría al acecho para decírselo a la profesora. Celeste soñaba con un lugar donde poder soñar despierto. Tan fantástico y mágico que una vez allí no quisieras volver a la triste y aburrida realidad.


Un día amaneció más nublado de lo normal, como si alguien se hubiese dejado el grifo del agua caliente abierto en el baño y todo el vapor se hubiese concentrado, pero en la ciudad.

Ese mismo día, un niño nuevo había llegado a clase. Celeste antes que nadie, por primera vez, se había dado cuenta y tuvo un extraño presentimiento.

-        ¡Atención chicos y chicas! – Dijo la profesora Marta.- Tengo algo que anunciaros. Un nuevo compañero nos acompañará este nuevo curso.

El chico era alto y delgado, de piel bronceada, el pelo negro como la noche y fino y liso como una cama recién hecha. A Celeste le entraba sueño con tan solo pensarlo pero, también por primera vez, no se durmió.

-          Se llama…- Dijo Marta mientras se miraba algo que tenía apuntado en el brazo. - ¡Ekmeghisna!

Nadie dijo nada. “¿De dónde habrán sacado sus padres ese nombre?”- Se preguntaba Celeste. El chico parecía estar dormido y nadie aún había conseguido ver cómo eran sus ojos. Quizá era por el flequillo o por sus rasgos asiáticos. Celeste nunca había sentido algo igual.

-          ¿Puedo llamarte Ekme?- preguntó la profesora.

El chico asintió con la cabeza.

-          ¡De acuerdo!- Exclamó. – Ekme viene de Bangladesh
-          Nubladesh – La corrigió Ekme.

Marta se quedó pensativa.

-          Eso, ni siquiera es un país, ¿sabes? – dijo con tono de vacile Bruno.

Ekme no dijo nada.

Marta le dijo a Ekme que se sentara donde él quisiera y este se limitó a ocupar el único puitre vacío: el de al lado de Celeste. Celeste estaba nerviosa, era como cuando acercas un imán a una brújula; él era el imán y ella la brújula. Se tragó los nervios por un momento y le dijo “¡Hola!” y este tan solo sonrió. La clase se hizo muy larga para Celeste, quizá influyó que estaban dando Sociales.

Pasó una semana y Celeste pudo observar que Ekme , en todas las clases se limitaba a dibujar nubes en su cuaderno. Finalmente, Celeste le preguntó que por qué hacía esos dibujos todo el tiempo. Él respondió que lo que estaba dibujando era su casa. Celeste no lo entendía y le hizo mil preguntas más.

-          ¿Nubladesh es un país?
-          Sí – Respondió Ekme.
-          ¿Qué hay de tu nombre…? ¿Por qué te llamas así?
-          No lo sé.
-          ¿De qué color son tus ojos?

Ekme no dijo nada.

-          ¿Qué te pasa? ¿Por qué no contestas? ¿De qué color son tus ojos?

Ekme siguió callado, pero Celeste no se conformó.

-       ¿Son marrones? ¿Azules? ¿Verdes? ¿Grises? Conozco a una chica que tiene los ojos grises… Bueno, en realidad la vi en la tele.

Ekme, agobiado por tantas preguntas gritó: “¡Son blancos!”

Luego de esto se tapó la boca con las manos y rápidamente salió corriendo de allí.

Celeste no se explicaba su reacción y se sintió muy mal. Así que fue a buscarlo para disculparse y cuando lo encontró en el aula de plástica mirando con asombro todos los cuadros dijo: “Siento haberte agobiado con tantas preguntas. No tienes que responderlas si no quieres.”     Él la miró con desconfianza y dijo: “No importa.”

Luego, los dos se fueron juntos hasta el recreo y lo pasaron hablando de mil cosas ninguna relacionada con el color de los ojos. A Celeste le gustó ese recreo más que ningún otro que recordase.

-          Me lo paso bien contigo. – Dijo Celeste.
-          Yo también. – Apoyó Ekme.
-          ¿Quieres venir a mi casa esta tarde? Podemos hacer los deberes juntos.
-          Pues… hoy no puedo.
-          ¿Por qué?
-          Tengo deberes.
-          Pero podemos hacerlos juntos ¿no?
-          Son otros deberes. Distintos. Y muy difíciles. No te gustarán.

Al terminar aquella frase  se levantó del banco en el que estaban sentados y se fue.

Con el tiempo Celeste se fue acostumbrado al lado misterioso de Ekme. Su madre estaba muy contenta por su amistad. La madre de Celeste y Celeste eran muy parecidas, por fuera, claro. Claudia era alta y delgada, de pelo castaño y flequillo peinado hacia un lado. Tenía la nariz respingona como su hija y los ojos azules también como ella. Eran casi iguales.

Pasaron los años y con los años todos crecieron. Ambos tenían ya dieciséis años y seguían siendo muy amigos. Bruno no había cambiado mucho. El pelo, antes más claro se le oscureció, la nariz también le creció y aunque en primaria era el más alto de la clase ahora se había quedado parado en el metro sesenta.

A Celeste no se le había olvidado lo de los ojos blancos de su amigo y finalmente, un día se lo volvió a preguntar. Ekme no tenía ganas de tener esa conversación, pero, por otro lado era muy necesaria.

-        Verás, yo no vengo de Bangladesh ni de Nubladesh – Se paró- de donde vengo es…- Se paró de nuevo.-Si te cuento esto quiero que, por favor, no se lo cuentes a nadie, al menos por ahora.

Celeste estaba asustada. No sabía qué era tan importante como para que le advirtiese tanto. Ella lo tranquilizó y le aseguró que no lo contaría a nadie.

Finalmente Ekme dijo: “Hay un mundo más allá del que tú conoces. Es una especie de civilización… Se llama Nebent. Te va a ser difícil de creer mas te ruego que lo intentes. El haber nacido allí es la razón por la que nunca abro los ojos del todo… aunque los abriera no verías más que blanco. Los que nacemos allí no poseemos ese don. Sin embargo, vosotros sí.” Dijo mientras señalaba los ojos de Celeste. “Intenta no asustarte demasiado.”

Ekme abrió lentamente los ojos y Celeste quedó petrificada por lo que vio. Sus ojos eran dos círculos huecos que habían sido rellenados con lo que parecían ser nubes. Celeste no dijo nada, no le salían palabras. Pensamientos sí, pensamientos le pasaron miles.

-          A mí me pusieron Ekmeghisna porque significa suave como nube, pero está abreviado.
-         A mí me pusieron Celeste por los ojos de mi madre. Dio la casualidad de que los míos salieron iguales… Ekme, entiende que todo esto es muy difícil de creer para…
-          Por eso tengo la necesidad de enseñártelo.- Dijo sin dejarla acabar la última palabra.-Acompáñame.

Celeste no supo qué decir así que siguió a su amigo sin más.

-          Ya hemos llegado- anunció Ekme

-         ¿Al… aula de plástica?- Dijo desconfiada Celeste.
-          Sí. Desde que vine aquí me ha costado mucho no estar en esta clase. Es como otra casa para mí.

Luego, abrió un cajón y Celeste pudo comprobar que en su interior tan solo habían “post-its”, una grapadora y algunos libros. Pero cuando Ekme lo cerró y lo volvió a abrir estaba vacío. Luego volvió a repetir este paso hasta que en el cajón aparecieron lo que parecían ser unos antifaces.

-        Ten – Le dijo a Celeste ofreciéndole uno.

Y Celeste sin hacer ninguna pregunta se lo puso pero antes, a la vez, contaron hasta tres.

-         Uno… dos… ¡tres! – Gritaron a la vez.

Una extraña sensación atravesó a Celeste. Era como si, por un momento corto y largo a la vez, no pudiese respirar por mucho empeño que pusiera. Pronto volvió a encontrarse como de costumbre. “Ya estamos”, oyó Celeste mientras intentaba recomponerse. Abrió los ojos y en frente contempló el rostro de Ekme con sus ojos, sus ojos más claros y brillantes que nunca. Era como si sus ojos se sintieran cómodos y libres para lucirse. Luego miró a su alrededor. Todo a lo que miraba parecía blandito, suave y confortable, ¡hasta las farolas! Era como un sueño. Pudo ver escuelas, coches o lo que parecían coches, bancos, farolas, papeleras y todos hechos de… ¿nubes? Juntos fueron a un sitio más tranquilo y Ekme le contó más detalladamente todo sobre aquel lugar. No había gente en la calle. Por lo que su amigo le había contado la gente llevaba siempre puesto un pijama blanco como el suyo. También le contó que, por muy tranquilo que el lugar pareciera, los habitantes allí vivían bajo una dictadura. El dictador era Nebb, un ser que adoptaba forma humano pero que tenía el cuerpo hecho de nubes. Se alimentaba de los sueños de los habitantes. Cuanto más dormían, más grande y poderoso se hacía él.

-          Yo conseguí escapar de él pero me dejé a alguien por el camino. –Dijo con apenas un hilo de voz y cabizbajo.
-          ¿A quién?

Tomó aire y dijo – A mi hermana Brsti.

-          ¿”Bristi”?

Sonrió. – Sí, bueno, puedes llamarla así.

-         ¿Y… cómo? ¿Por qué nunca me dijiste nada sobre esto? Dices que tienes una hermana que dejaste en el camino, que vivías aquí, no tengo ni idea de dónde estamos, que hay una dictadura, que la gente no tiene iris en los ojos, que…
-        Para! – Ambos se callaron.- Sé que es raro y complicado, pero tan solo tienes que escucharme, creerme y ayudarme

Celeste se tranquilizó.


Cuando eran pequeños, Ekme y su hermana intentaron escapar juntos de allí en busca de un nuevo hogar o más bien mundo ya que desde niños les habían enseñado todo sobre el cielo, las constelaciones, las nubes, el espacio… Eran como los hijos de la atmósfera. Ekme investigó y encontró el mundo, y en el mapa, una pequeña manchita que parecía segura, la ciudad de Celeste. Su antiguo rey había fallecido y en ese instante, Nebb se ofreció a gobernar. Y ahora todos están bajo su control. Cuando Ekme lo tenía todo listo para zarpar por el espacio, uno de los vigilantes de Nebb encontró la “nuve” de los hermanos. La “nuve” es el único medio de transporte allí, no tiene ruedas y es una mezcla entre una nube y una nave. Ekme al ver al vigilante rápidamente se montó en la “nuve”, se abrochó el cinturón y se dio cuenta de que su hermana no estaba montada. Gritó su nombre pero de poco sirvió. Sin querer, por los nervios, Ekme apretó el botón que hacía a la “nuve” despegar y se fue dejando atrás al vigilante agarrando a su hermana…

       Cuando terminó de contárselo a Celeste, una lágrima blanca resbaló sobre su rostro.

Cuando Ekme llegó hasta aquí abrió un portal para llegar fácilmente hasta Nebent desde el aula de plástica. Ha ido a ver a su hermana todos los días desde entonces y le da pena verla cada vez más mayor y aunque sabe que está bien no la tiene a su lado.

-          Por eso necesito tu ayuda.- Dijo Ekme convencido.- Sé que los dos podemos acabar con el infierno que Nebb ha construido sobre nuestra civilización.

Celeste, emocionada, asintió.

Durante esos días estuvieron probando estrategias distintas para llevara cabo su plan: localizar dónde estaba la hermana de Ekme, dónde estaba Nebb y dónde estaban los habitantes. Al final consiguieron descubrirlo todo en menos de una semana. En una caja de nube junto a unos contenedores de nube, encontraron unos pijamas especiales que eran los que vestían los vigilantes. Los cogieron y se hicieron pasar por un par de vigilantes. Entraron en la central de Nebbent donde residía Nebb, más vigilantes y niñas y niños como “Bristi”. Localizaron las habitaciones y a “Bristi”. Había crecido. Ahora tenía diez años, la edad que tenía Ekme cuando se separaron. El abrazo que se dieron fue disimulado pero grande. Algunos vigilantes llevaban cajas cargadas en carritos. En ellas estaban las horas de sueño y los sueños de los habitantes. Por ley, cada hora de sueño y cada sueño pertenecía únicamente al que las había tenido o soñado. Pero Nebb los guardaba para su uso personal: para verse más grande, joven, fuerte y poderoso. Cogieron una de las cajas que estaba vacía, y dentro se metió “Bristi”. Corrieron hasta una pequeña habitación con más cajas. Allí dentro planearon y repasaron de nuevo su estrategia pero, antes de que pudieran salir para llevarla a cabo un vigilante entró.

-          ¿Qué hacéis aquí?- Preguntó.

Ambos cambiaron la voz, asustados, a un poco más grave fingiendo ser dos vigilantes más.

-          Solo estábamos descargando estas cajas defectuosas.- Respondió Ekme.
-          La zona de cajas para tirar está en el pasillo veintiocho, puerta “CL” a mano izquierda.
-          ¡Tienes razón! En qué estaríamos pensando…- Dijo Celeste temblorosa.

Al acabar la frase salieron de allí a paso ligero con la caja en la que estaba “Bristi”.

-          ¡Esperad!- Dijo de nuevo el vigilante. -Yo las llevaré.
-          No te preocupes, nosotros nos apañamos bien.
-          No. Insisto. ¡Dadme la caja!

Celeste estaba demasiado nerviosa para decir nada. De pronto, la caja de “Bristi” se movió y el vigilante que no le quitaba ojo lo vio perfectamente. Sin decir nada, el vigilante apretó un botón blanco que tenía al lado y mil alarmas, luces, sonidos empezaron a sonar y a parpadear al mismo tiempo. De la nada salieron unos siete vigilantes más. El vigilante los señaló y todos comenzaron a correr hacia ellos. Los tres corrieron  sin mirar atrás. Para su mala suerte, en frente se encontraban otros diez vigilantes, se giraron asustados y allí estaban los siete del principio, acercándose cada vez más y más. Estaban acorralados y no veían ninguna otra salida. Celeste sin saber qué hacer, abrió una puerta blanca que no se había dado cuenta que tenía a su lado y al comprobar que estaba abierta, rapidísimamete corrieron hacia dentro. Aliviados, se miraron y luego miraron al frente. Sentado y mirándolos fijamente estaba Nebb. Soltó una risa pausada y fea.

-          Así que vosotros sois los que estáis causando problemas ¿no?

Los tres permanecieron callados.

-          ¿No vais a decir nada? ¿Os ha comido la lengua la nube? – Se volvió a reir.

“Bristi” miró a su alrededor, en las paredes, habían cuadros con fotos suyas: de nadie más. No había nada interesante ni servible en aquel momento. Luego se fijó en una aspiradora que había enchufada junto a más productos de limpieza. Mientras Nebb hablaba fijándose principalmente en Celeste, le dio tiempo a cogerla y decir: “¡Nebb, ríete ahora!” y pulsar el botón de “aspirar”. Nebb fue violentamente absorbido por la máquina sin darle tiempo ni a reírse.

Automáticamente, todo dejó de funcionar en la central. Los vigilantes ya no recordaban nada, ni siquiera por qué estaban allí. Era como si Nebb hubiese lanzado una especie de maleficio al lugar que hacía que las personas obedecieran sus órdenes a su antojo. Y ahora que no estaba, bueno; ahora que estaba en un espacio más reducido, no podía tomar el control de nadie. Ekme se quedó asombrado por el gran logro de su hermanita. Los tres se abrazaron muy alegres y, fue entonces ahí donde todo cambió. Construyeron un enorme ascensor que iba desde la Tierra hasta la Atmósfera, a Nebent. Por respirar no había problema ya que por alguna razón los humanos no notaban ningún cambio ahí arriba. Desde entonces, terrestres y nebenses convivieron en armonía y nunca más hubo en esta especial civilización nadie que mandase sobre nadie.

 




                                                                                           Janelle F. Kante Rodríguez 2º ESO B

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