La sin cuento
No quería ser princesa, no quería ser liberada por el príncipe azul.
Tampoco que el beso de un Príncipe la devolviera a la vida; ni que la salvara
de la explotación infantil, no quería esconderse en la casa de los siete enanitos
y ser su criada hasta que un príncipe la viniese a rescatar. No era capaz de
renunciar a su voz por el amor de un muchacho; ni esperaba que San Jorge la
salvara del dragón.
Nobles princesas condenadas a dormir o al silencio, por orden de una
madrastra, de un padre o de un hada buena.
Y se calzó sus zapatos rojos y huyó de su cuento, corrió y corrió
buscando
refugio, convirtiéndose en una sin cuento. Era una sin libro, una sin
papeles, no la querían en ninguna parte.
En una cáscara de nuez navegó por el Mar de las Letras, y naufragó.
Nadaba contracorriente, fuertes olas de frases la ahogaban, y cuando se dio por
vencida y se abandonó a su suerte, de repente, la salvó la capitana Pippi
Långstrump, una niña libre, generosa, que nunca se aburría, que se atrevía a
cuestionar el razonamiento de los adultos. Acompañada por Matilda navegaban por
el mar de las letras para rescatar a todos aquellos personajes que se
aventuraban a cruzar el mar buscando un cuento mejor. Heroínas con fuerte
sentido de la justicia y del deber de proteger a los más débiles.
Finalmente, después de muchas tribulaciones llegaron a puerto seguro, el
Puerto de la Biblioteca, el Paraíso del que le había hablado Borges. Un lugar
lleno de tesoros hundidos, como le había dicho Virginia Woolf; una nave
espacial que la llevaría a los puntos más lejanos del universo; una máquina del
tiempo que la transportaría al pasado lejano y al lejano futuro; una salida a
una vida mejor, más feliz y más útil, como le explicó Isaac Asimov. Un lugar
donde no necesitaba ser princesa para ser la protagonista de todos los cuentos.
Larga vida a las bibliotecas, refugio de todos, también de los sin
cuento, de los sin libro, de los sin papeles, de las niñas que no quieren ser
princesas y de los niños que no quieren ser héroes. Larga vida a los
bibliotecarios y bibliotecarias, guardianes del Paraíso, de máquinas del tiempo
y de grandes tesoros como son los libros.
Gemma
Pasqual i Escrivà
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