16 de junio de 2020

FASE 3: CERVANTINA 7




Capítulo 6
De cómo Don Quijote se enfrentó a la pandemia  del malvado COVID-19
por Estrella Ramírez Fermoso de 3º ESO 

Cuando amaneció Don Quijote y Sancho se subieron en sus respectivas monturas y  comenzaron de nuevo el trayecto. Se mantuvo el silencio en lo que se tarda freír un huevo  y Sancho lo rompió diciendo:
-        Mi Señor Don Quijote, esta noche me ha servido para poner a trabajar las pocas neuronas que me funcionan y si usted me permite la propuesta, veo conveniente que nos dirijamos al monte más cercano para poder contemplar la naturaleza unos días y así recuperarnos de la última revuelta.

-      -  ¡Me sorprende que me propongas eso Sancho! – replicó Don Quijote – Lo más sensato sería retirarnos unos días para poder descansar en un lugar tranquilo donde la naturaleza sea nuestra única compañía, y no esas intenciones tuyas de perder el tiempo.
Sancho atónito después de escuchar la respuesta de su amo, le respondió con una sonrisa irónica:
-     -   Está claro mi Señor, que nunca estaré a la altura de sus conclusiones.
Sin darle más vueltas al asunto ya que se podrían llegar a marear con tanta propuesta, dieron rumbo al monte Las Ánforas, un lugar apacible y precioso, que toma su nombre de unas ruinas romanas cercanas a un lago donde se encontraron numerosas ánforas de vino, y por el que apenas pasa nadie.
Tras quince días de tranquilidad, relajación y baños en el lago, el hidalgo y su escudero volvieron rumbo al pueblo de partida. Todo seguía su cauce hasta que en uno de los senderos Rocinante empezó a relinchar debido a un fuerte sonido que provocaba un extraño aparato rectangular que había en el suelo. Don Quijote se bajó como pudo del caballo y se agachó para coger el desconocido artilugio. Éste solo contenía unos botones a los lados y algún orificio que otro. Tenía como una especie de cristal de color negro que al pulsar uno de los botones se encendía y no paraba de sonar. Por detrás Don Quijote encontró un papel que ponía “Venta El Ciervo Blanco”.
-Sancho – dijo Don Quijote con voz firme- tenemos una nueva empresa que realizar, llamada Ciervo Blanco.
Sin más que añadir, el amo y su escudero se dirigieron al pueblo más cercano para preguntar por dicha venta.
Cuando llegaron, no sabían si era el pueblo o un desierto ya que ni un alma había en la calle. El completo silencio se había apoderado del lugar. Don Quijote empezó a comprobar los mapas por si se había confundido de destino pero no, efectivamente estaban en el pueblo Villa Condesa.
Por suerte la venta a la que se dirigían estaba en la avenida principal, ya que si de una venta escondida se tratase, hubiese sido difícil encontrarla sin poder preguntarle a algún aldeano.
Llamaron a la puerta pero no contestó nadie. En ella había colgado un papel en el que decía “Cerrado temporalmente debido a la pandemia”.  Don Quijote siguió llamando porque quería devolver ese trasto y también saber qué es lo que estaba ocurriendo.
Al oír tanto alboroto un vecino se asomó a la ventana y gritó:
-    -   ¿¡Pero qué está ocurriendo aquí!? No podéis estar en la calle y menos armando este alboroto.
-        Disculpe amable señor- respondió Don Quijote- venimos de estar dos semanas en un monte sin comunicación de ningún tipo y nadie nos ha informado de esta situación.
-    -    Mire, seré breve ya que como empiece a llenarle la cabeza de información podría volverle loco- empezó a explicar el aldeano. Hay un peligroso virus acechando nuestro pueblo y es muy difícil de combatir. El alcalde ha ordenado que nos quedemos durante un tiempo en nuestras casas sin salir para que el virus desaparezca.
-      -  ¡Sancho, prepara armaduras que este virus lo vamos a derrotar!- exclamó Don Quijote.
En ese momento el aldeano se percató de la poca sensatez y cordura de nuestro caballero andante pero decidió no enfrentarse a él ya que no sabía de qué iba a ser capaz.
Don Quijote le enseñó el aparato que se encontró por el camino al amable señor para ver si este le podía decir que era y, efectivamente, le comentó que era un teléfono móvil, el cual servía para estar comunicado constantemente con cualquier parte del mundo y por el que puedes estar al tanto de todo lo que pasa al instante. El ventero se había ido al pueblo donde su familia vivía para pasar estos momentos tan difíciles con ellos por lo que el móvil no iba a poder venir a recuperarlo.
El hombre quería reírse un poco de nuestro hidalgo y le dijo que el móvil le iba a hacer falta para saber dónde está el virus en cada momento para poder combatirlo, y así hizo Don Quijote. Después de que le explicase cómo funcionaba, el valiente caballero y su escudero se dispusieron a ir en busca del malvado virus.
Mientras que encontraban  algún lugar en donde dormir, el teléfono se encendió, llegándole la noticia de que el virus provenía de los murciélagos.
-      -  ¡Ya lo tengo Sancho!- exclamó Don Quijote. Nos quedaremos despiertos en el establo más cercano y cuando sea de noche y aparezcan estos malvados seres voladores les atacaremos.
-        Pero mi Señor- contestó Sancho- si este pueblo es totalmente plano y no hay ningún tipo de cueva ni bosque oscuro donde se puedan ocultar. Se me antoja que no habrá ningún murciélago a bastantes leguas de aquí.
-        ¡Silencio Sancho! ¿No los oyes? Ya están cerca.
-      - Pero, Señor mío, si lo único que se escuchan son el cacareo de las gallinas.
-     -   ¡Silencio he dicho, y no hay más que hablar!
Pasó toda la noche y lo único que apareció por el establo fueron los mosquitos que les picó por todo el cuerpo a Sancho y a su amo.
Se hizo de día y el móvil que ahora era de Don Quijote empezó a sonar, llegándole la noticia de que se sospecha que el virus lo están expandiendo mediante una sustancia emitida por los aviones. Tras recibir la noticia nuestros dos aventureros se dispusieron rumbo al aeropuerto más cercano, llegando a este después de dos largas horas.
-Sancho, prepara tu espada porque vamos a acabar con ese maldito virus- dijo Don Quijote.
No les dio tiempo a entrar que se les acercó un hombre enmascarillado que no parecía muy amable, por cómo gesticulaba.
- ¿Se puede saber que hacen por estos lares?- preguntó el agente.
-Soy Don Quijote de La Mancha y vengo a acabar con ese virus que tanto miedo está causando.
El policía comenzó a reírse a carcajadas al oír las palabras de Don Quijote.
-Mire Señor Don Quijote, más le vale cabalgar a su huesudo caballo veloz hacia su casa porque de esta no va a poder salir durante un tiempo y haga el favor de ponerse estas mascarillas usted y su acompañante si no quieren acabar en la cárcel la próxima vez que nos crucemos- dijo enérgicamente el policía.
Nos les quedó otra que hacerle caso a la autoridad, aunque conociendo a nuestro caballero la cosa no iba a quedar así.
Camino hacia el pueblo para en algún sitio poder quedarse, el móvil volvió a sonar, esta vez diciendo que el virus lo había propagado los chinos y que por culpa de ellos había llegado hasta La Mancha.
-Sancho, conozco un pequeño mercado a pocas leguas de aquí que está dirigido por un asiático el cual nos podría entregar al virus para poder derrotarlo- propuso nuestro caballero.
-Pero mi señor, el virus es un ser invisible y la única manera que hay para poder derrotarlo es aislándose,  como bien ha dicho el agente- contestó Sancho.
-¡Valientes tonterías dices! Aquí luchamos por la justicia y porque nuestro pueblo siga sano y salvo y si ese virus lo está impidiendo nosotros somos los únicos capaces de derrotarlo, así que Sancho, no hay más que hablar- replicó Don Quijote.
Llegaron a dicho mercado el cual estaba cerrado como todos los demás pero, por suerte, el propietario de éste vivía justo al lado y al oír los gritos de Don Quijote pidiendo que se manifieste decidió ponerse su mascarilla y bajar a hablar con él.
- ¿¡Cómo te dignas a esconderte de esta manera después de haber propagado un virus de tal calaña por el pueblo!?- le dijo furioso Don Quijote al dueño del local.
-Mire señor, que donde yo he nacido y me he criado ha sido en Utrera  y lo único que he propagado han sido los mostachones de mi pueblo - respondió el hombre de rasgos asiáticos.
-Pero entonces, ¿dónde está el maldito y escondidizo virus?- preguntó Don Quijote.
Juan Wuang, el hombre que estaba a cargo del mercado, le contó a Don Quijote que había oído hablar de que probablemente el virus lo estaban propagando mediante unas antenas denominadas 5G. Nuestro caballero tras oír esto no se lo pensó dos veces y con su fiel escudero se dirigieron a un campanario cercano al pueblo donde podría haber antenas de algún tipo. Teniendo en cuenta la fortuna de nuestros aventureros, no había otro momento para que una tormenta cayese sobre sus cabezas, pero aun así el hidalgo nunca se rendía y menos por unas gotas de agua.
-Si vuestra Merced me permite, creo que es muy peligroso que con la que está cayendo empiece a tocar antenas de alto voltaje ya que podría electrocutarse- le dijo Sancho a su amo.
-Yo soy un hombre de hierro, y unas antenas infectadas de un virus no van a poder conmigo por mucha lluvia que caiga.
Nuestro hidalgo, confundiendo un pararrayos con una de las nombradas antenas empezó a luchar contra él, y en el momento en el que alzó su espada para  derribarlo, sintió como la corriente eléctrica pasó por su cuerpo, dejándole en el suelo como si de un pollo asado se tratase.
-        Señor mío, este afán suyo por derrotar al virus se nos está yendo de las manos. Necesita ir a un médico urgentemente- le dijo Sancho a su amo.
-        Sancho déjate ya de sandeces y llévame al hospital, que eso es lo que necesito- contestó el caballero.
Cuando llegaron a dicho lugar para sorpresa de nuestros protagonistas la doctora que debía  atenderlos tenía como nombre Aldonza Lorenzo, y no podía ser de otra manera que el valiente y malherido hidalgo se pusiese de rodillas y dirigiéndose a su amada dijo:
-        Mi dulce y amada Dulcinea, lamento decirle que está en peligro ya que un maligno virus está acechando estos lares, pero no se alarme, este caballero, humilde siervo suyo,  le va a salvar de cualquier tipo de amenaza.
Aldonza después de escuchar tal desfachatez invitó a Don Quijote a entrar en la consulta para curarle las heridas y así poder hacer que entrase en razón, explicándole detalladamente todo acerca del virus.
-     -   Mire Don Alonso, se cuenta por ahí que usted es un caballero muy valiente que intenta luchar porque se haga justicia y eso me parece magnífico, pero lo que está sucediendo en estos momentos no es algo que lo pueda combatir usted solo y derrotarlo a espadazos, sino colaborando entre todos y quedándonos confinados en nuestras casas, y si es necesario salir con la mascarilla correspondiente puesta, que en eso le doy la enhorabuena ya que sé por experiencia propia que es muy molesto y asfixiante llevarla tantas horas seguidas.

-       - Pero permíteme amada Dulcinea- le interrumpió Don Quijote- he estado recibiendo estos días muchas noticias de la ubicación del virus, que si en los murciélagos, que si los aviones, las antenas… y por eso he estado yendo detrás de él para así derrotarlo.
-   -     No se tiene que fiar de toda la información que recibe estos días Don Alonso ya que no toda es cierta y con tanta saturación de noticias puede llegar a volverse loco. Mi consejo es que estos días debería permanecer en casa, desconecte, apague ese trasto y disfrute de la compañía de su amigo ya que será al único que verá durante muchos días.

Tras varias charlas, Don Quijote llegó a entender la gravedad de la situación y decidió posponer sus aventuras durante un tiempo por la salud del pueblo y evidentemente la suya.

-        - Sancho, esto no es un adiós, es un hasta luego- dijo emotivamente Don Quijote.



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